Por una Vida
religiosa que sale
En estos últimos meses hemos
escuchado reiteradamente la invitación del Papa Francisco a salir a ir a las
periferias existenciales, a no encerrarnos en nuestras parroquias o grupos ya
conocidos a ir al encuentro de los alejados. “Una Iglesia que no sale, a la
corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro.
Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a
cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta
alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una
Iglesia accidentada que una Iglesia
enferma” (A los obispos argentinos).
Esta invitación vale, por
supuesto, también para la vida religiosa, para cada uno de nosotros y nuestras
comunidades.
Nuestra vida tiene toda una
dimensión interna y de interioridad indispensables. La vida
comunitaria es un rasgo esencial
de nuestra vocación y debemos vivirla bien, darle tiempo y creatividad. Como
también son esenciales la oración, la formación permanente, el estudio, etc.
Todo esto nos ayuda a centrar
nuestra vida en el Señor y en su evangelio.
Sin embargo, el encierro nos
amenaza por varios lados. A veces, por miedo a los desafíos que nos plantea una
cultura en cambio y lejana aparentemente a los valores religiosos. Otras,
porque estamos copados por trabajo administrativo e incluso pastoral, útil sin
duda, pero no siempre abierto a nuevos dinamismos y sujetos. Y no pocas veces,
el encierro nos viene por estar viviendo procesos personales y/o
congregacionales posiblemente necesarios y bien intencionados, pero que nos
pueden ahogar y no producen siempre los frutos evangélicos esperados. Me temo
que diversos procesos de reestructuración, refundación y otros ejercicios de
planificación y discernimiento que hacemos, no han liberado siempre y
suficientemente nuestras energías para servir más plenamente al reino de Dios,
pues en definitiva no terminamos de convertirnos y despojarnos de tantas
seguridades que nos amarran y acomodan.
La celebración del día de la vida
religiosa cada 15 de agosto, es una nueva ocasión para pedirle al Señor el don
de la conversión, personal e institucional, para vivir también nosotros los sentimientos
del corazón de la Virgen María, que “partió y fue sin demora” donde su prima
Isabel para acompañarla en su necesidad.
Este día de fiesta es también
ocasión para agradecer a Dios por lo que él hace en medio nuestro, porque nos
renueva constantemente en su amor y en su llamado, y porque suscita múltiples respuestas
de generosidad, de fe y de compromiso, en tantas y tantos religiosos que nos
dan profundo testimonio de consagración, no amando a nada ni a nadie por encima
de Dios.
Un cariñoso saludo a toda la vida
religiosa que peregrina en Chile, de parte de sus hermanas y hermanos de la
Que Dios les bendiga y les
conceda la paz.
Sergio Pérez de Arce ss.cc.
Presidente de Conferre
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