viernes, agosto 16, 2013


Por una Vida religiosa que sale

En estos últimos meses hemos escuchado reiteradamente la invitación del Papa Francisco a salir a ir a las periferias existenciales, a no encerrarnos en nuestras parroquias o grupos ya conocidos a ir al encuentro de los alejados. “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia

enferma” (A los obispos argentinos).

 

Esta invitación vale, por supuesto, también para la vida religiosa, para cada uno de nosotros y nuestras comunidades.

Nuestra vida tiene toda una dimensión interna y de interioridad indispensables. La vida

comunitaria es un rasgo esencial de nuestra vocación y debemos vivirla bien, darle tiempo y creatividad. Como también son esenciales la oración, la formación permanente, el estudio, etc.

Todo esto nos ayuda a centrar nuestra vida en el Señor y en su evangelio.

Sin embargo, el encierro nos amenaza por varios lados. A veces, por miedo a los desafíos que nos plantea una cultura en cambio y lejana aparentemente a los valores religiosos. Otras, porque estamos copados por trabajo administrativo e incluso pastoral, útil sin duda, pero no siempre abierto a nuevos dinamismos y sujetos. Y no pocas veces, el encierro nos viene por estar viviendo procesos personales y/o congregacionales posiblemente necesarios y bien intencionados, pero que nos pueden ahogar y no producen siempre los frutos evangélicos esperados. Me temo que diversos procesos de reestructuración, refundación y otros ejercicios de planificación y discernimiento que hacemos, no han liberado siempre y suficientemente nuestras energías para servir más plenamente al reino de Dios, pues en definitiva no terminamos de convertirnos y despojarnos de tantas seguridades que nos amarran y acomodan.

La celebración del día de la vida religiosa cada 15 de agosto, es una nueva ocasión para pedirle al Señor el don de la conversión, personal e institucional, para vivir también nosotros los sentimientos del corazón de la Virgen María, que “partió y fue sin demora” donde su prima Isabel para acompañarla en su necesidad.

Este día de fiesta es también ocasión para agradecer a Dios por lo que él hace en medio nuestro, porque nos renueva constantemente en su amor y en su llamado, y porque suscita múltiples respuestas de generosidad, de fe y de compromiso, en tantas y tantos religiosos que nos dan profundo testimonio de consagración, no amando a nada ni a nadie por encima de Dios.

Un cariñoso saludo a toda la vida religiosa que peregrina en Chile, de parte de sus hermanas y hermanos de la

Que Dios les bendiga y les conceda la paz.

 

Sergio Pérez de Arce ss.cc.

Presidente de Conferre

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